miércoles, 5 de septiembre de 2012



Es una total impertinencia pensar en la itinerante lluvia, y cómo golpeaba con dicha y salvajismo al paraguas contenido en el espacio por una mano en  dolorosa estrechez. Un paraguas negro en una noche es su extensión menospreciada; pero no era de noche y éste sobresalía como una flor ciega en la corriente de un río.

Pequeña la ciudad y pequeño el cielo, este paraguas no logra necesariamente cubrir de la lluvia; al menos de la lluvia de adentro,  mano que en llanto tiembla y lo sostiene. La fuerza es también un malabar sin fondo.

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